¿Por qué hablar de la enfermedad?
Hemos interiorizado muy bien esa idea de que las mujeres somos quejumbrosas, exageradas, que nos gusta victimizarnos. Ese es el discurso que el patriarcado erige sobre nosotras. Una forma muy inteligente de silenciar las violencias sistemáticas que vivimos y que ningún hombre tiene que soportar. Ellos lloran cuando los inyectan. Se quejan si les toman la presión porque el aparato les aprieta mucho el brazo. Y eso está bien, porque ellos tienen derecho a quejarse. Las mujeres podemos tener la pierna deshecha en jirones por la llanta de un tráiler, tener una vértebra rota o dislocada la cadera, y es mejor que nos callemos, qué exageradas. La situación que vivimos al tener que enfrentarnos con la medicina patriarcal no es en nada diferente a lo que vivimos en general en el sistema patriarcal. Las mujeres vivimos abuso sexual, violaciones, torturas, precarización, somos víctimas de trata, vivimos enajenadas cuidando a otros, vivimos acoso en todo espacio público y privado, bajo la permanente amenaza de violencia, aborrecemos nuestro cuerpo y lo dañamos, lo mutilamos o buscamos quién lo mutile por nosotras… No voy a enumerar las violencias infinitas derivadas del sistema de organización social patriarcal, heterosexual, capitalista y colonialista en el que vivimos, porque no terminaría. El punto es que cuando denunciamos, exageramos. Nos victimizamos. Vemos cosas donde no las hay. Pero los hombres dicen que ellos no pueden llorar ni usar faldas, y su queja es válida ¿Notamos algún patrón? Claro. No es casualidad. Silenciar, deslegitimar y acallar nuestro dolor es esencial para perpetuar un sistema atroz que violenta a más de la mitad de su población de formas inefables, indignantes. Si se escuchara la queja, si se le creyera a las denunciantes, eso obligaría a mirar en toda su dimensión la atrocidad que perpetuamos y legitimamos. Y sería imposible seguir justificándola. Seguir diciendo que si un hombre violó y descuartizó a una niña fue porque la niña lo provocó.
Ahora bien… En este entendido de que las mujeres todo el tiempo estamos quejándonos, exagerando y victimizándonos cuando en realidad este sistema nos beneficia en todo (porque no cargamos garrafones, según, o porque la ley suele darnos la custodia de las crías, pa que las cuidemos solas) quiero preguntar ¿Por qué no hablamos de nuestra enfermedad? ¿Por qué es tan escaso el análisis y la visibilización de la enfermedad en las mujeres, desde el feminismo? ¿Será que no queremos ser quejumbrosas y molestas? ¿No queremos molestar a nuestra sana compañera feminista que sale a marchar y saltar, que tiene energía para levantarse de la cama? ¿Será que nosotras mismas tenemos ser molestas, ser llamadas exageradas y que nos digan que nos victimizamos? Algo que, por cierto, ya vivimos, pero no queremos que venga desde nuestras “compañeras de lucha”, las únicas que parece que nos entienden y acompañan en esta queja permanente hacia el patriarcado?
No queremos, además, ser una molestia. Porque estar enferma, con dolor, no poder hacer las cosas solas, es una molestia. Y las mujeres no debemos molestar. Estamos para cuidar, no para ser cuidadas. Nadie quiere lidiar con la enfermedad. Y entonces, siempre sentimos que incomodamos, que no tenemos por qué molestar a nadie con nuestros dolores, con nuestras enfermedades. Y si alguien nos cuida (bueno, alguien siempre tiene que cuidarnos cuando estamos enfermas) entonces sentimos que le debemos la vida entera. Le debemos una buena cara y le debemos, al menos, el silencio: la comodidad de nuestro silencio, porque ¿molestar aún más quejándonos? No, para qué. Y mejor cargamos con eso, con culpa, en silencio y en soledad. Con lágrimas contenidas, gemidos silenciados, gritos ahogados y una presión permanente en el pecho que nunca dejaremos que se note. Porque ¿por qué hablar de la enfermedad y del dolor?