Desamparo/Consuelo
Ninguna noche en mi vida ha sido tan larga y tan sola como esas noches en el hospital, en esa oscuridad que no terminaba de ser completa, en ese silencio que era estruendoso, repetitivo, ajeno a mí, a mi cuerpo y a mi historia, esa soledad infinita de saber que, aunque siempre alguien me acompañaba, yo estaba enteramente sola, con mi cuerpo luchando por vivir, por recuperarse, con mi mente luchando por no desistir de la vida, con mi dolor carcomiéndome sin tregua, día y noche, sin tregua, sin tregua…Esas noches que yo pasaba totalmente en vela, con los ojos perplejos, clavados en cualquier punto del monótono cuarto, como si quisiera con ellos desentrañar qué me había pasado y por qué, qué me estaba pasando y por qué, y sobre todo, qué me iba a pasar, quién iba a ser yo después de eso que no lograba siquiera comprender.Esas noches en que lloraba a mares, silenciosa para no despertar a aquélla persona que estaba ahí cuidándome, tan agotada por no poder aliviar mi sufrimiento, agotada por la angustia de no saber si yo estaría bien, agotada por el miedo, por el dolor, por el cansancio, por el ir y venir y hablar con médicos y abogados. Me causaba tanto dolor saber que yo les causaba dolor y agotamiento. Lloraba silenciosamente y con terror, con angustia, desamparo, sintiéndome sola en un universo extraño, desconocido, donde no se puede ver nada, donde no se puede saber dónde está una ni cómo hacer para encontrarse.Esas noches en que aparecían en mi mente imágenes hórridas, llenas de sangre, dolor, miedo y desesperación, en que me invadían la cabeza terrores y sobresaltos que me agitaban el corazón, me hacían temblar las manos y me hacían sudar. Tenía miedo de que mis lágrimas mojaran mi catéter, que tantas veces me dijeron que era delicado y grave, porque iba por mi yugular directo a mi corazón, que si se mojaba podía infectarse y eso podía ser grave. No dejaba que mis lágrimas escurrieran, las secaba frenéticamente, sentía mi mentón temblar del llanto, mi pecho inflarse y desinflarse rápidamente. Luego entraba abruptamente una enfermera, un técnico, una especialista, radiólogas, la gente del laboratorio a tomarme muestras. Yo dejaba de llorar, sólo por fuera. Muchas noches no lloraba con lágrimas, sino sólo con el pecho apretado y un nudo en la garganta.Alguna de esas noches estaba ella, mi tía M, hermosa, guerrera, mi segunda madre. Me ponía música de relajación, yo miraba en su cara su terrible frustración por no poder quitarme el dolor; pero ella me compartía sus herramientas con un amor infinito que le brillaba en los ojos. Una de esas noches me dio la mano. Sentí su suavidad ¡nunca había notado cuán suaves eran sus manos! y su calor. Me acariciaba la mano, mientras me decía “Los budistas dicen que el dolor es inevitable. Pero puedes concentrarte en las sensaciones de tu cuerpo. Pon atención en lo que sientes, cómo lo sientes, en dónde…” Me hablaba con una ternura que jamás había escuchado en ningún ser humano. Me hablaba suave, despacio, pausada, dulcemente. Cerré los ojos y me dejé llevar por su voz. La música empezó a inundar no sólo el cuarto, sino todo mi cuerpo. Empecé a sentir que flotaba, empecé a sentir paz. Su mano se hizo infinita y me cobijó completa, me abarcó toda, me compartió su calor, mitigó mi dolor. Esa noche me sentí menos sola y menos desamparada.Meses después de que salí del hospital, después de brindar en año nuevo, riendo y asegurando que los horrores de ese año iban a quedar atrás, mi tía me abrazó, me deseó feliz año y que todo estuviera lleno de luz y alegría. La abracé muy fuerte, la dije cuánto la quería y le agradecí todo lo que hizo por mí estando en el hospital.Días después, sin aviso, sospecha ni tregua, mi tía falleció. Muerte súbita, le llaman. Nadie tuvimos tiempo de entender la vida en esos días, ni en estos. Sólo sé que todo lo que ella me dejó jamás se irá de mí. Y que ahora que escucho música pienso en ella, la siento. Sé que tuvo el impresionante poder de mitigar mi dolor por unos instantes, de mitigar la increíble soledad que me invadía como flamas que carcomen todo y quieren volverlo cenizas.Gracias, tía. Nunca te dije esto, pero espero que donde sea que estés, sientas esta infinita gratitud y este infinito amor que siento por ti. Eres parte de mi fortaleza, eres parte de las razones por las que estoy viva.Hasta siempre, guerrera de mi corazón.